El cambio que necesita la política no es de personas, es de sistema. Así lo atestigua este breve, pero intenso, análisis, en el que remonta aguas arriba para atribuir los males actuales a las elecciones. Por eso, comienza desmontando uno de los grandes axiomas instalados en el inconsciente colectivo de los países occidentales: que la representación política escogida por medio de sufragio universal es la materialización de la Democracia.
Van Reybrouck no puede ser más rotundo cuando afirma que «estamos malogrando nuestra democracia porque la hemos restringido a las elecciones, las cuales, por otra parte, jamás fueron consideradas un instrumento democrático».
Legitimidad y eficacia
A la hora de diagnosticar las patologías democráticas, el libro es demoledor. Estamos ante una doble crisis, de legitimidad y de eficiencia. Ambos son los elementos que ambicionan todos los sistemas políticos: eficiencia, para hallar con rapidez soluciones válidas a los problemas que surgen; y legitimidad, para que la ciudadanía se vea reflejada en esas soluciones y reconozca la autoridad del Estado. Pues bien, ambos están cuestionados.
La crisis de legitimidad se refleja en la merma paulatina del número de personas que votan, en la escasa afiliación de los partidos políticos y en la fluctuación de los electores, cada vez menos leales a un partido. Mientras que la crisis de eficiencia se evidencia en que las negociaciones para formar Gobierno cada vez son más largas, el desgaste de los partidos en el poder es cada vez mayor y que gobernar resulta cada vez más difícil.
La política siempre ha sido el arte de lo factible, pero en la actualidad es el arte de lo microscópio. Y es que a la incapacidad de resolver problemas estructurales se suma una sobreexposición a lo trivial, estimulada por unos medios de comunicación insensatos a los que, fieles a la lógica del mercado, les interesa más ahondar en conflictos fútiles que ofrecer información sobre problemas reales, sobre todo cuando el volumen de negocio desciende.
David Van Reybrouck
Fundamentalistas electorales
Tras atribuir la causa raíz de todos los males a las elecciones, se remonta hasta los orígenes atenienses de la democracia para señalar que, entonces, los cargos se designaban mediante sorteo, método que después se copió en las ciudades-estado renacentistas que regresaron a una gobernanza democrática.
Son las revoluciones burguesas del siglo XVIII las que imponen la representación electoral como modelo canónico, un método entendido hasta entonces como aristocrático. La filosofía de la élite burguesa que las impulsó es que «si el pueblo no podía hablar, entonces debía hacerlo por él un pequeño grupo de personas excelentes».
Y esa es la gran paradoja: que la base de la actual democracia descansa sobre «un reflejo aristocrático».
El texto no sólo se queda en la crítica, sino que también aporta soluciones alternativas. La primera es recuperar la inicial elección por sorteo, que ya se utilizó en la Antigüedad en periodos que coincidieron con el punto culminante de prosperidad, con menos conflictos y una mayor implicación de los ciudadanos. Una opinión que ya propagaron mentes tan respetables como Aristóteles o Rousseau.
Cuando el sufragio y la suerte se encuentran combinados, el primero debe emplearse en llenar los puestos que demandan talentos propios, tales como los empleos militares; la segunda conviene para proveer aquellos en que solo se necesita el buen sentido, la justicia, la integridad, tales como los cargos de la judicatura.
Juan Jacobo Rousseau
La «aristocratización democrática» de la que hablaba Rousseau ha derivado en la actualidad en una histeria electoral, causa de profunda insatisfacción, desconfianza y protestas.
El segundo remedio propuesto en ‘Contra las elecciones‘ es la «democracia deliberativa», en la que la ciudadanía no sólo vota sino que también se pronuncia y aporta con notable éxito, si nos atenemos a los resultados de los experimentos en Irlanda y Islandia, al atenderse más al interés general que la particular de los políticos profesionales.
En estos proyectos deliberativos se planteó una cuestión polémica a una muestra representativa de ciudadanos para que la debatieran y de la cual recibieron la mayor información posible.
Valoración 🤓🤓🤓🤓🤓
En ‘Contra las elecciones‘, David Van Reybrouck muestra con acertadísimo juicio las miserias de la política mundial. El libro es un llamado a «descolonizar las democracia» y plantea dos soluciones que la devuelven a sus orígenes atenienses. El libro está muy contagiado por el clima reivindicativo de comienzos de la década pasada, con la proliferación de movimientos de protesta, como las conocidas primaveras árabes. Pese a ello, tiene un inmenso valor en la medida en que evita la dinámica imperante de centrarse en personas y proponer cambios de calado en el sistema. De fondo hay una crítica mordaz a los políticos profesionales que temen al pueblo y una confianza total en la ciudadanía para participar en los asuntos públicos.